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La historia del lugar

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Amplia construcción situada a las puertas de Millau, en la intersección de las Gargantas del Tarn y del Dourbie, el Convento de la Salette fue construido a finales del siglo XIX, entre noviembre 1895 y junio 1896, para acoger a las hermanas misioneras de Nuestra Señora de África durante su postulado en Francia. Sobrio, como requiere su función, elegante con ventanas en plena cimbra que marcan la fachada, el edificio linda con la Capilla de Nuestra Señora, que fue ascendida al rango de convento.

La capilla, erigida en 1873 tras el viaje efectuado por los habitantes de Millau al Santuario de Nuestra Señora de la Salette, en Isère, fue construida a petición de los mismos. La congregación de hermanas misioneras, llamadas las Hermanas Blancas, fue fundada por el cardenal Lavigerie en 1869 y, a continuación, aprobada por Roma en 1887. Tenía por misión la evangelización de las tierras de África.

El convento cobija durante siete años a jóvenes postulantes venidas para estudiar su vocación, orar y meditar antes de partir después de unos meses para un noviciado. Las ceremonias llamadas « de partida » del Postulado de Millau eran conmovedoras y muy seguidas por los fieles del lugar.

De esta manera, con el paso de los meses, la vida de las Hermanas Blancas discurría al ritmo de las solemnidades festivas de Millau que los fieles celebraban en peregrinaje a su capilla de la Salette, sea el 19 de septiembre, aniversario de la aparición, sea durante todo el mes de mayo consagrado a María, sea los días de fiesta de la Virgen, en particular la Visitación, el 2 de julio. La presencia de las hermanas fue relativamente breve. Dejaron el lugar en 1903, antes incluso de la orden de supresión de la congregación debida a la política llevada a cabo por el presidente del Consejo Émile Combes.

Estos parajes fueron adquiridos por un oficial de artillería de París, Sr. Grandin de l’Éprevier, que consagra en 1935 una biografía a la madre Marie Salomé, primera superiora general de la congregación en 1882. El cura del Sagrado Corazón de Millau alquila la capilla y el terreno colindante. En febrero 1907, Grandin de l’Éprevier y su esposa venden los locales del Convento a la señora viuda Durand, que era la hermana de Monseñor Montéty, arzobispo de Béryte, nacido en Compeyre, pueblo próximo a Millau.

La señora Durand cede a continuación el edificio al señor y la señora Perris, amantes de los bellas moradas. Los dos se comprometen a preservar la construcción desde el respeto a los elementos antiguos. Se lo donan a su hija Stéphanie que decide dejar la región parisina donde ejercía su actividad como periodista cultural, para renovar el edificio. Tras doce meses de trabajos, Salette acoge hoy a los visitantes deseosos de disfrutar de un lugar cargado de historia, singular tanto por su origen como por su arquitectura.

Las Hermanas Blancas

La congregación de las Hermanas Misioneras de Nuestra Señora de África fue fundada en 1869 en Argelia. Comparte con los Padres Blancos el mismo fundador, el cardenal Charles Lavigerie, arzobispo de Argelia, que veía Argelia como una « puerta abierta sobre un continente de 200 millones de almas ». Las consignas que da a sus dos instituciones misioneras están todavía en vigor hoy en día: aprender el idioma del pueblo de acogida (« Yo deseo que, […] como muy tarde a los seis meses de la llegada de la misión, todos los misioneros hablen entre ellos solamente la lengua de las tribus entre las cuales residen »), se acerquen a la gente por la alimentación, la vivienda, la ropa.

Charles Lavigerie da a sus misioneros el hábito blanco de los habitantes de Argelia, lo que les vale el sobrenombre de « Padres Blancos » y de « Hermanas Blancas ». El arzobispo funda la congregación de las hermanas en 1869 para asegurar el sustento y el cuidado de los jóvenes huérfanos de África. Ocho chicas jóvenes venidas de la Bretaña responderán a la llamada, a las que seguirán otras postulantes venidas de Francia y Bélgica.

Años después, el cardenal Charles Lavigerie constata un fracaso. A pesar del compromiso de las hermanas, su dedicación, a muchas de ellas les falta formación para atender a los jóvenes. Decide cerrar el noviciado pero la Madre Marie Salomé decide seguir con su misión. Su papel será determinante en el futuro de la congregación. Ella será elegida primera superiora general de la congregación en 1882.

El 2 de abril de 1887, la congregación obtiene su Decretum laudis (o Decreto de alabanza) por el cual la Santa Sede aprueba la existencia del instituto, concediéndole el poder de ejercer su apostolado en toda la Iglesia (Iglesia universal) La Madre Marie Salomé abre, en Francia y en otros países, postulados en los que las vocaciones misioneras de las chicas jóvenes pueden ser probadas antes de su partida a África. El postulado de Millau es uno de ellos, acogiendo sus cinco primeras religiosas el 1o de septiembre de 1896.

Fuente: Georges Girard

La capilla

La capilla de Nuestra Señora de la Salette fue erigida por los habitantes de Millau para honrar a la Virgen aparecida en Isère el 19 de septiembre de 1846 a dos niños pequeños de los Alpes: Maximin Giraud y Mélanie Calvet Mathieu. El lugar elegido está situado en un entorno verde al pie del Pouncho d’Agast recordando los Alpes que había recorrido « la Virgen de las Lágrimas ». El edificio está construido entre 1872 y 1873 sobre un terreno cerca de la confluencia del Tarn y de la Dourbie en forma de cruz latina y ornamentado con un campanario. La pequeña capilla se convertiría, gracias a la diligencia del cardenal Bourret, obispo de Rodez, en el centro de una nueva obra para el Aveyron: un vivero de jóvenes hermanas misioneras dedicadas a las necesidades de África.

Estas misiones, fundadas en 1869 por el cardenal Lavigerie, comportan un periodo de formación en Francia cuyo primer grado se sitúa en un Postulado. Es por ello que se abre un Postulado aquí, en la Salette, con la construcción del edificio contiguo al terreno de la capilla. La capilla de la Salette, ascendida al rango de capilla del Convento de las Hermanas Blancas, recibe algunos adornos nuevos, en particular una vidriera en forma de rosetón, donde se distinguen las armas del cardenal Lavigerie.

Fuente: Marc Parguel

Stéphanie Perris
     Una historia en femenino

La creeríamos salida directamente de un cuento medieval… Sentada sobre la escalinata del Convento de la Salette, Stéphanie Perris es una niña de causses noirs, esta región en la que la hospitalidad opera con la magia propia de los lugares con encanto. Niña de campo, Stéphanie – con menos de cincuenta años – parece haber tenido varias vidas. Medievalista, antigua alumna de la Escuela de Louvre, ha alimentado desde muy joven un gusto por la historia del arte. Periodista, apasionada por la actualidad del mercado del arte, es también una mujer de su tiempo, a la escucha de las nuevas tendencias. Tras haber pasado una veintena de años en La Gazette Drouot como responsable editorial de las páginas internacionales, la joven emprende una vía más personal. Abandona la vida parisina y las turbulencias de la información para consagrarse a su nueva pasión: un convento desafectado de finales del siglo XIX, heredado de su padre Bruno, donde ella había pasado una parte de su infancia. Un retorno a sus raíces, que ella emprende como una gran y nueva aventura familiar. Es por tanto en Millau, corazón del Aveyron, que Stéphanie aplica hoy la lección pacientemente aprendida en las galerías y museos, así como al lado de su tío, gran diseñador parisino: una obra siempre es un fragmento de tiempo… junto con una explosión de talento. Tras haber escrito sobre el mundo del arte y frecuentado a los más grandes coleccionistas, esta mujer con gusto acaba de terminar la restauración de este edificio de 1.000 m2. Objetos raros o curiosos, espíritu altamente déco… La identidad del convento es la imagen de Stéphanie, mineral y alegre. La capacidad de escucha que hizo de ella una entrevistadora de altos vuelos le permite aquí acoger a sus huéspedes con toda la delicadeza que este antiguo convento exige. Rodeada por sus dos hijos, Emma y Hugo, ella se esmera en hacer vivir el espíritu del lugar, tal y como le fue transmitido, es decir, con cariño y calidez. Una experiencia internacional, un arraigo local… Añádanle a todo esto, la sonrisa particular propia de las mujeres de carácter. He ahí la alquimia, como en un cuento medieval, pero adaptado…

Gilles Picard

Autor de la foto: Victor Guilloteau, Midi Libre